miércoles, 27 de febrero de 2013

Danza


Nos contaban ayer, con acento porteño y conjeturas borgianas, que la plantilla del Real Madrid se dividía en dos. Los sicarios sin alma, dispuestos a seguir al pie de la letra las macabras instrucciones del Padrino, y los objetores de conciencia, cuáqueros en calzoncillos que desoyen las llamadas a la violencia de su perverso entrenador. Xabi Alonso y Álvaro Arbeloa han pasado de ser héroes de eso que llaman La Roja a ser presentados como una especie de alter-egos de Vincent Vega y Jules Winnfield en un pulp fiction ad hoc con los exteriores rodados en los estadios de media España hasta el punto de que uno ya se imagina al de Tolosa recitándole a Messi los versículos del Libro de Ezequiel, antes de estamparle contra las vallas publicitarias, bajo la mirada aburrida del de Salamanca. “Y os aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a aquellos que pretendan envenenar y destruir a mis hermanos”. Lo único cierto es que la falta de liderazgo en el campo que observábamos en los partidos importantes de la temporada pasada parece haber sido sustituida por el incontestable liderazgo futbolístico de Cristiano y por el cada vez más visible liderazgo moral de los dos jugadores a los que ahora señalan los voceros del tardo-segurolismo emitiendo gironazos a diario. "Ser comprendidos no es necesario. El coraje, la audacia, la rebelión, serán elementos esenciales de nuestra poesía”, escribió Marinetti y lo mismo parecían decirles a sus compañeros en el calentamiento los dos soldatos de Mourinho.

La melancolía ha tardado en llegar pero parece haberse instalado ya en Can Barça por mucho que intenten evitar pronunciar el nombre de Guardiola como si fuera el de Jehova. El Real Madrid cerró el círculo que se abrió con el 5-0 que no queremos ni recordar con un partido que dominó siempre dándole el balón al Barcelona como quien se lo da en la playa al niño para que no moleste. Adelantó la defensa para achicar espacios y maximizar la presión reduciendo el juego del Barça a un rondo inane e insustancial. Varane volvió a ofrecer un clínic aseando las inmediaciones del área con una suficiencia y elegancia que no habíamos visto jamás y dejando en segundo plano la descabellada exuberancia física de Ramos. A Rafael Varane le pones a barrer con una escoba el escenario del Teatro Real y le acaban concediendo el Premio Nacional de Danza. Los laterales no permitían ninguna broma y Khedira se aplicaba en la contención dejando para otro día lo del box-to-box. Alonso asumió los galones e Higuaín, consciente de su baja forma, se dedicó a un trabajo sucio y poco lucido que acabaría por agradecer el colectivo. Di María ponía algo de locura canchera, Ozil perfumaba el campo con esencias de Anatolia y Cristiano desquiciaba a toda la defensa blaugrana, incluido Puyol, que por una vez abandonó el seny y disfrazó su impotencia con el traje de supuestos errores arbitrales. Una cabalgada de Cristiano sólo pudo ser frenada por una zancadilla de Piqué dentro del área y el de Madeira se encargó de anotar el primer gol con la suficiencia del que conoce su propio destino. “El mundo es de quien nace para conquistarlo y no de quien sueña que puede conquistarlo”, dijo otro portugués, Pessoa. El gol que adelantaba al Madrid sirvió también para desquiciar al Barcelona que, como suele hacer en estas ocasiones, abandonó el fútbol para echarse en brazos de la simulación. A Jordi Alba le jugaron una mala pasada las neuronas espejo y tras recibir un golpe en el pecho dudó entre imitar a Alves agarrándose la pierna o a Busquets llevándose las manos a la cara. Optó por lo segundo, suponemos que por empatía nacionalista. Nada cambió tras el descanso y si cambió algo fue para incrementar el dominio del juego del Madrid y la soporífera performance del Barcelona. Di María le hizo un roto a Puyol y el rechace de Pinto lo recogió Cristiano que hizo pausa de taurino y alojó el balón en la portería y el discurso culé en el cubo de la basura. Varane le ganó la posición a Piqué a la salida de un córner y, mientras el novio de Shakira buscaba en la grada espías de Metodo 3, el balón llegaba a la red con la suavidad de una caricia. Corrió el cuáquero Varane a abrazarse con el líder del Grupo Salvaje, dejando al escriba de El País con el culo al aire del invierno. Tras el tercer gol no quiso el Madrid hacer leña del árbol caído y reservó fuerzas para las batallas que se avecinan. En un arranque de lo que creemos que es humor portugués mandó Mourinho a Casillas a dar la rueda de prensa, como quien manda al niño al quiosco para poder echar un polvo tranquilo, mientras en el vestuario celebraban las hienas la caza del ñu. Quedan pocos meses para que acaben las especulaciones sobre el futuro del entrenador y desde aquí sólo nos queda recurrir de nuevo a Nietzsche y decirle: “El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo”. Como diría uno que yo me sé, parafraseando a otro que todos sabemos: “Que la chupen, que la sigan chupando”.

jueves, 14 de febrero de 2013

Pop


Dicen los mancunianos, sin ápice de humildad, que “lo que Manchester hace hoy, el mundo lo hará mañana” y seguramente no anden desencaminados. El Manchester United, hasta la llegada de Sir Alex Ferguson, era sin lugar a dudas el menos laureado de la Ivy League del fútbol europeo, de la aristocracia a la que sólo pertenecían aquellos que se habían ganado el puesto acumulando títulos en las vitrinas y, sin embargo, nadie podía poner en duda su pertenencia a ese club restringido. El Manchester United pareció durante muchos años el Michi Panero del fútbol europeo: un autor sin obra cuyo prestigio se asentaba en el carisma pop. Si New Order son hijos de un suicidio, el Manchester United y su leyenda nacieron seguramente de las cenizas del desastre aéreo de Múnich y de su posterior capacidad para crear iconos que trascienden lo deportivo para pasar a formar parte de la cultura popular. Del primer verano que pasé en Inglaterra, arrastrado a Brighton por Quadrophenia y los hermanos Gil, aún conservo una bufanda del Manchester United y el disco que The Wedding Present consagraron a George Best, comprados en una callejuela de The Lanes. Ferguson acababa de llegar a Manchester por aquel entonces y nada hacía suponer que el ManU se iba a reinventar de nuevo como hiciera tras la tragedia del 58 pero, para quien ni siquiera había nacido cuando el club del Gran Manchester ganó la Copa de Europa del 68, los colores del equipo de Old Trafford producían una fascinación especial. Fueron primero los Bubsy Babes, supervivientes de la tragedia, Charlton y Denis Law y por encima del ellos el mencionado George Best, el Chico de Belfast, el Quinto Beatle, el primer jugador de fútbol convertido en estrella del rock sin necesidad de pisar jamás un escenario. De sinceridad primitiva, excesivo y deliciosamente arrogante como el que vendría a ocupar su puesto en el corazón de los aficionados reds más de 20 años después. Eric Cantona, con sus luces y sombras, inicia junto a Ferguson el despegue del ManU hacia una nueva revolución industrial llegando desde el Leeds del Yorkshire a la Casa de Lancaster sin Guerra de las Dos Rosas por medio. Revolución futbolística, ética y estética en la que se abandonan los usos y costumbres aristocráticos para crear una maquinaria nueva destinada a fabricar una marca global que convierte al Manchester United en el club más poderoso del mundo.

Cuando Florentino Pérez llegó al Real Madrid intentó hacer esa misma revolución pero se quedó en lo comercial ahondando en eso que llamaba Umbral, hablando del club blanco, el hueco metafísico. “El Madrid sigue por inercia, pero le falta el motor del cambio, que es una incardinación política, y le falta la levadura y el espesor de una representación social, epocal, que ya no tiene”. Se convirtió el Real Madrid en un casino de Las Vegas con su grupo de crooners crepusculares que vendían las entradas de todas las funciones pero sólo salían a cantar en unas cuantas, algunas de ellas memorables. Se comenzaron a hacer giras asiáticas y se vendían camisetas pero faltaba crear una mística que estuviera por encima de los nombres y la coyuntura y que no habíamos visto tras la muerte de Bernabéu y no hemos vuelto a ver hasta la llegada de Mourinho y Cristiano. Ese intento de revolución de Florentino se redujo a lo económico mientras se continuaba con la ética de los hidalgos y la estética de los paletos. Un Himno del Centenario encargado a José María Cano cuando al Manchester United le hacían la banda sonora The Stone Roses. La llegada de Cristiano y  Mourinho representan esa revolución pendiente del Real Madrid y su entrada definitiva en los circuitos de la mitología pop y de ahí el desprecio hacia ellos de los guardianes de una pureza de sangre que de nada sirve en los salones de la nueva aristocracia y de una historia que sólo sirve para alimentar la melancolía.

Alex Ferguson lleva más de veinte años como entrenador del mismo club pero en ese tiempo los equipos a los que ha entrenado han sido varios. Su inteligencia ha quedado demostrada al ser capaz de adaptar siempre los mimbres al cesto, creando siempre cestos funcionales con independencia de la forma que adopten. Anoche, consciente de su inferioridad, el ManU hizo el partido que la lógica demandaba apoyado en la sabiduría competitiva que otorgan los muchos años consecutivos jugando partidos de la exigencia del de ayer. La primera parte nos mostró un Real Madrid al que no se le acabaron de dar mal los medios tiempos que el equipo inglés le obligó a componer aunque sabemos que es en el frenesí donde el equipo blanco e encuentra más a gusto y donde resulta más fiable. En el control es, paradójicamente, donde el Real Madrid pierde la concentración y acumula errores y ocasiones falladas. Xabi Alonso tuvo que cambiar de batuta para dirigir a una orquesta acostumbrada a tocar a Wagner y que se tuvo que poner a interpretar a Bach. Como siempre que el Madrid juega contra un grande emergió la figura de Coentrao, Di María aportó afilados riffs de guitarra cuando la monotonía encorsetaba el juego y Varane ponía la cordura que ocultaba la suficiencia cargante de Ramos. El ManU había aportado disciplina táctica y los detalles de Van Persie, uno de esos delanteros centro líricos que Holanda le ofrece de cuando en cuando al mundo. Una vez más a la salida de un córner recibió el Madrid un gol y pudimos ver a Ramos bloqueando la salida de Diego López como si fuera un pívot en la lucha por el rebote de un tiro libre. Cristiano puso las tablas con un cabezazo de póster y no celebró el tanto por respeto a su creador. Pudo haber marcado el Real Madrid en varias ocasiones en esos primeros 45 minutos a pesar de haber jugado con diez. Lo malo de Karim Benzema no es esa melancolía manuelmachadiana en la que parece sumido, “Me siento, a veces, triste como una tarde del otoño viejo; de saudades sin nombre, de penas melancólicas tan lleno...”, sino la cara de magdalena proustiana que se le está poniendo y que nos conduce a nosotros a esa melancolía. Lo peor de anoche no fue su incapacidad para sumar al colectivo sino su capacidad de restar. Todas las decisiones que el francés tomó fueron equivocadas, conduciendo el balón cuando había que pasar y pasándolo cuando el juego pedía mantenerlo. En la segunda parte el Manchester, renunció inteligentemente a las señas de identidad del fútbol inglés y dejó para mejor ocasión el intercambio de golpes. El juego del Madrid se fue espesando a pesar de que Khedira iba asumiendo las tareas que el estado físico le iba obligando a abandonar a Xabi Alonso. Özil no dejaba de intentar sacar conejos de una chistera que según avanzaban los minutos se iba haciendo más estrecha y el cambio de Higuaín por Benzema no trajo más que melancolía porteña y tanguera. “Nostalgias de las cosas que han pasado, arena que la vida se llevó, pesadumbre de barrios que han cambiado, y amargura del sueño que murió”.  Acabe como acabe la eliminatoria, en los prolegómenos de cada partido del Bernabéu seguirá sonando por megafonía el Nessun Dorma y en el estadio del Manchester la voz de Ian Brown cantando This is the one. Esa revolución continua pendiente y yo quiero I’m resurrection sonado cada vez que José Mourinho pise el césped de Concha Espina.

Your tongue is far too long
I don't like the way it sucks and slurps upon my every word
Don't waste your words I don't need anything from you
I don't care where you've been or what you plan to do
I am the resurrection and I am the light
I couldn't ever bring myself to hate you as I'd like.