miércoles, 6 de marzo de 2013

Héroe


El 20 de agosto de 2007 Sir Alex Ferguson, al frente de una numerosa delegación del Manchester United acudia a un funeral en la iglesia católica de Hidden Gem. Allí se pudo encontrar con Peter Hook, Shaun Ryder, Andy Rourke o Clint Boon. Todos ellos acudían para dar un último adiós a uno de los hombres más populares e influyentes de Manchester. Fundador de Factory Records y propietario del club The Hacienda, Tony Wilson había sido un pilar fundamental de la cultura popular británica desde los albores del punk hasta el momento de su muerte. Esa peripecia vital fue magníficamente retratada por Michael Winterbottom en la película 24 Hours Party People, un extravagante bio-pic relatado en primera persona que comienza con el primer concierto que los Sex Pistols dieron en Manchester y que habría de cambiar para siempre la concepción que de la música tenían Tony Wilson, por entonces reportero de Granada Television, y unos pocos jóvenes mancunianos más entre los que se encontraban Howard Devoto, Peter Hook, Vini Reilly, Bernard Sumner o Mick Hucknall. Una de las secuencias de la película nos muestra a Wilson dirigiéndose directamente al espectador mientras avanza por la pista de The Hacienda, sorteando a centenares de clubbers que participan felices en la sagrada ceremonia del ritmo que oficia desde la cabina del dj Laurent Garnier. “Manchester, cuna del ferrocarril, el ordenador, la bomba que bota. Y esta noche está sucediendo algo igualmente histórico… ¿Lo veis?...Están aplaudiendo al dj. No a la música, no al músico, no al creador, sino al médium. Aquí está el nacimiento de la cultura rave, la beatificación del ritmo, la era de la música dance. Es el momento en el que hasta el hombre blanco baila”. Hace tres años esa revolución se produjo de la misma manera en otro club, el Real Madrid. Por primera vez, no sólo había buenas canciones en las estanterías sino quien las colocara en un orden lógico para crear un todo. Por primera vez en el club blanco se empezó a aplaudir al médium y vivimos desde entonces el momento en el que hasta los hombres blancos bailan.

Un partido del Real Madrid en Old Trafford activa reflejos condicionados y recuerdos que forman parte del imaginario madridista. El enfrentamiento del año 2000, que abría el camino hacia la consecución de la Octava, tuvo como principal protagonista a Fernando Carlos Redondo, que dominó aquel partido con una autoridad que no hemos vuelto a ver en jugador alguno. No olvidamos el partido de Steve McManaman, un jugador de culto, algunas de cuyas jugadas guardamos en el cajón de los recuerdos como si fueran singles de The Durutti Column, y de un Raúl en el que todavía observábamos cierto fulgor adolescente y el descaro del fútbol de descampado. Queda para los siglos la jugada de Redondo en el segundo gol madridista que fue magia y milagro. Magia en el taconazo inverosímil, cuyo truco aún tratamos de desentrañar, y milagro en ese pie que llega para salvar el balón justo antes de que éste se precipite por el abismo de la línea de fondo. Tony Wilson recordaba años despues ese partido en las páginas de The Guardian: “One of the times I've felt most desperate was when Real Madrid knocked us out at Old Trafford in 2000, when Redondo was fantastic in midfield for Real and ran the game. It was a serious disappointment.”

De nada iban a servir ayer los recuerdos. Alex Ferguson llegó a Old Trafford con la lección bien aprendida y se permitió dejar en el banquillo a Rooney y su aspecto de miembro del sindicato de estibadores de Liverpool. Planificó un sistema de ayudas que dejaban siempre a Cristiano Ronaldo solo frente a todos y rescató la esencia del fútbol inglés de balones en largo en busca de Van Persie y Welbeck. Con el segundo tendrán pesadillas Sergio Ramos y en menor medida Varane. La primera parte fue un quiero y no puedo del Madrid cuyos ataque acababan muriendo siempre en el borde del área y un susto tras otro de los blancos que sufrieron como nunca en los balones aéreos que siempre ganaba Vidic. Visto lo visto, el empate inicial no era mal resultado al descanso contando con la lesión de Di María que tuvo que ser sustituido por Kaká poco antes de cumplirse el primer acto. El plan de Ferguson encontró su premio cuando Sergio Ramos desvió un balón que llegaba mansamente a los pies de Fabio Coentrao y lo introdujo en su propia portería. Si para resarcirse de su fallo en la tanda de penaltis frente al Bayern acabó lanzando un penalti a lo Panenka en la Eurocopa, no queremos ni imaginar con qué nos sorprenderá el de Camas ahora. Tras el gol hubo tímida reacción madridista pero fue un golpe de suerte, nunca mejor dicho, lo que cambió el signo del partido. Nani impactó con los tacos en el costado de Álvaro Arbeloa y el árbitro decidió mandarlo a la caseta. No fue la expulsión lo que hizo variar la tendencia de la eliminatoria sino el cambio introducido por José Mourinho. Apareció sobre el césped de Old Trafford la infantil figura de Luka Modric y, ante la sorpresa de todos, se hizo con los mandos del encuentro. Fueron apenas veinte minutos de descaro plavi pero valieron una eliminatoria. Se encargó el croata de mover al equipo hacia un lado y hacia otro, de batir líneas con eslaloms asesinos, de ofrecerse apareciendo siempre junto al compañero presionado, de inventar pases al corazón del área y, como esto no fue suficiente, acabó pidiendo un aclarado para jugarse un balón que terminó en el fondo de la red. Era Luka Modric pero yo estaba viendo a Alexandr Petrovic. Ese gol encendió al Madrid y deprimió al United y vivimos los mejores minutos del partido que culminaron con una combinación genial entre Ozil e Higuaín que el argentino aprovechó para centrar al segundo palo donde apareció Cristiano para cerrar la eliminatoria. Esa asistencia del argentino fue un premio escaso para el derroche físico y táctico que desplegó durante todo el partido y que explica sobradamente la decisión de Mourinho de preferirle al huido Benzema, que celebró el segundo gol mientras recibía las instrucciones para saltar al campo y acabó recibiendo la instrucción de volver al banquillo. Los veinte últimos minutos sirvieron para agrandar la figura de Diego López y para recordarnos el partido del año pasado frente al Bayern en el Bernabéu. Con la eliminatoria prácticamente sentenciada se descompuso por completo el Madrid y se vivieron minutos de absoluto dominio de los de Ferguson. Resulta especialmente llamativa en un equipo dirigido por Mourinho esa dificultad para controlar esa clase de partidos cuando ya parecen resueltos. Tan sólo Modric pareció entender qué había que hacer y el partido acabo muriendo en sus pies de niño de la guerra, exiliado desde ayer del olvido e instalado ya en el  olimpo de los héroes madridistas. Un héroe como el retratado en el poema de José Hierro.

Despojad un instante a esta palabra
-héroe- de tantas adherencias literarias. Borrad
las iconografías consabidas:
Grecia y piedra rosada, cara al mar,
héroes ecuestres del Renacimiento…
Era otra cosa el hombre que yo vi.

sábado, 2 de marzo de 2013

Eternidad


Cuando José Mourinho aterrizó en Madrid, el Barcelona de Guardiola amenazaba con instaurar una hegemonía futbolística e ideológica que podía mantenerse durante más años de los que nuestra paciencia podría soportar. No era sólo la impecable trayectoria deportiva del Barça sino la deriva madridista hacia el conformismo en la derrota. Como escribió Samuel Johnson: “Las cadenas del hábito son generalmente demasiado débiles para que las sintamos, hasta que son demasiado fuertes para que podamos romperlas.” Ese fue el principal escollo que tuvo que superar el entrenador portugués y más cuando en su primer enfrentamiento directo con el Barcelona cosechó la más humillante de las derrotas. Romper la cadena del hábito de la derrota fue una misión que sabemos que no hubiera podido ser realizada por ningún otro. Aquella dolorosa goleada bien pudo haber convertido al Madrid en el Foreman que salió de Kinshasha, sumido en una depresión que duró años, pero la personalidad del de Setúbal sobrevivió a aquello como ha sobrevivido a muchas otras cosas que ha tenido que sufrir desde que llegó a España. Las últimas victorias frente al Barcelona parecen haber servido para apartar el foco de la crítica del rostro del entrenador y prefiere el agit-prop del marquismo-leninismo centrar el ataque sobre esos nuevos enemigos del pueblo que pegan pataditas a los niños buenos. Ayer ganó el Madrid, además, recurriendo al plan primigenio con Pepe de medio-centro.

A Hugues este Barcelona del ocaso le mueve a la ternura y otro tanto me ocurriría a mí de no contar en sus filas con Xavi Hernández. Xavi es la barrera infranqueable que no pueden atravesar mis intentos de empatía con el Barça derrotado y triste, desnortado y agónico. Xavi va camino de convertirse en la Norma Desmond de este crepúsculo de los dioses blaugrana y sabemos que acabará replicando al “era usted grande” con un “soy grande, es el fúpbol el que se ha hecho pequeño”. Ayer tarde no estaba Xavi y yo estuve a punto de no estar tampoco. La inquina de Roures hacia lo español le llevó a poner el partido a la hora de la siesta y uno está tan acostumbrado ya a la nocturnidad futbolera que le pareció que ver el partido tomando un cortado era lo mismo que pedir un poleo en un burdel. Lo mismo debió pensar Benzema, que apareció a poco de comenzar el partido para empujar a la red un buen centro de Morata y no volvimos a saber de él. Como ya hemos dicho, Mourinho hizo un guiño al pasado y sacó a Pepe a limpiar el centro del campo haciendo que los centrocampistas del Barça levantaran los pies como los clientes del bar que cierra cuando pasa el camarero con el cepillo y el mocho. El Barcelona de la primera parte fue el Limoges de Bozidar Maljkovic dando una lección de tostonball y en medio del aburrimiento Messi hizo el mismo truco que Benzema apareciendo para marcar un gol y desapareciendo después. El Madrid había salido con un equipo lleno de suplentes y no fue porque Mourinho tirara el partido pensando en el martes sino porque pensó que con ellos bastaba para contener a este Barcelona meláncolico que mira al banquillo buscando a Guardiola y se encuentra a un payés en chándal que parece haber salido de casa a ver cómo marcha la cosecha de arbequinas. El pobre Roura tiene en el rostro una permanente expresión de llevar un traje que le viene demasiado grande porque no le dejaron ir al sastre a probárselo antes. Controlado el partido anímicamente salió Cristiano, que ya en la primera jugada despertó a todo su equipo que se había quedado hipnotizado por el péndulo del tiqui-taca, y Sami Khedira que sólo tuvo que darle las buenas tardes a Iniesta para que se terminara la fiesta. Ramos marcó el gol de la victoria al cabecear un córner magistralmente botado por Modric y casi le perdonamos todo lo demás. Terminó el partido con una caída de Adriano dentro del área del Madrid que Valdés desde el otro lado del campo vio como clarísimo penalti y tras el pitido final se cagó en los valores corriendo a por el árbitro, mostrando un comportamiento tan chusco y alejado de las enseñanzas de La Masía que no descartamos que esta semana se recupere la entrevista en la que siendo niño mostraba su rendida admiración por Paco Buyo. Dos victorias seguidas frente al Barcelona han servido para cicatrizar profundas heridas pero el madridismo siempre quiere más y nos sirven para explicar nuestros anhelos los versos de Houllebecq.

“Queremos algo como una fidelidad,
Como una imbricación de dulces dependencias,
Algo que sobrepase la vida y la contenga;
No podemos vivir ya sin la eternidad.”

Y la eternidad, para el Real Madrid, solamente es la Copa de Europa.